27 octubre, 2006
Entrega diez
(En donde entenderá que la gordura en los niños es algo que merece toda la atención del mundo).
Novena Hipótesis
LA GORDURA EN LA NIÑEZ
Muchos de los conflictos que sufrimos en todo el transcurrir de nuestra existencia tienen mayor o menor incidencia en nuestras almas de acuerdo al tiempo de vida en que debamos soportarlos. No es igual quedar huérfano a los cincuenta años, por ejemplo, que a los siete; como no lo es perder el empleo a los veinticinco que a los cuarenta y ocho.
La gordura no es un conflicto de excepción si nos referimos al tiempo en el que comience a desarrollarse. No es para nada lo mismo engordar a partir de los treinta que desde la más tierna infancia. Es más: creo que las diferencias en este aspecto son mucho mayores (y muchísimo más graves) que todos los demás conflictos usuales a los que deba uno enfrentarse.
Uno es niño los primeros doce años de su vida, adolescente los siguientes doce, pero adulto los sesenta o setenta restantes.
Y es en la adultez cuando se nos presentan los conflictos de suma importancia, de real valor. Es en la más larga etapa de nuestra existencia cuando debemos afrontar los problemas profesionales o laborales; la elección de quien será, es lo que anhelamos, nuestra pareja para siempre; el traer al mundo a nuestros hijos, criarlos y educarlos; el hacernos de una posición económica acorde a nuestras posibilidades, con la que nunca estaremos conformes pero a la que, forzosamente, tendremos que adecuarnos; el afrontar con profundo dolor la lógica y natural desaparición física de nuestros mayores. Es, indiscutiblemente, en este último y más prolongado periodo cuando tenemos que enfrentarnos a las circunstancias más trascendentales, a los conflictos más difíciles de resolver.
Desde que adquirimos el uso de la razón la vida nos enfrenta a pequeños “conflictos de entrenamiento”.
Las pequeñas dificultades de nuestra primera niñez nos van entrenando, gradualmente, para resolver las que a medida que pasa el tiempo se van sucediendo, haciéndose cada vez más complicadas.
El lápiz rojo que se nos perdió en el Jardín de Infantes nos hizo llorar amargamente a causa de la enorme angustia que nos produjo tan grande pérdida. Ahora, ya adultos, nos enternece y hasta nos da risa aquella “semejante preocupación”, pero en aquel momento el drama era considerado por nosotros como el más importante, el más conmovedor.
A medida que vamos creciendo nos consternan en igual o mayor grado situaciones realmente cada vez más importantes: la partida del gran amigo a vivir a otra ciudad; la muerte de nuestra mascota; el abandonar a nuestros queridos compañeros y maestros de la escuela primaria para insertarnos en el desconocido y lleno de incertidumbres mundo de los estudios secundarios. Nuestros primeros desengaños amorosos; las grandes angustias de los exámenes de fin de año; las amargas discusiones con nuestros “retrógrados y anticuados padres” que no entienden a la progresista juventud de la que somos “parte fundamental”. Los primeros ardores de la sexualidad; La Facultad o nuestra iniciación en el mundo laboral...
Voy a poner en esta novena Hipótesis todo el énfasis del que sea capaz.
DEBEMOS COMENZAR A ERRADICAR LA GORDURA EN LOS NIÑOS LO MAS TEMPRANO POSIBLE.
Y si la persona que nos preocupa ya ha dejado de ser niño, si es ya un adolescente, entonces tendremos que redoblar nuestros esfuerzos para impedir que lleguen a la adultez estando aún gordos.
Le ruego lea lo que sigue con la mayor atención.
De boca de todos los médicos que hablan sobre este tema siempre he escuchado el concepto “la obesidad en la infancia”, o la adjetivación “niño obeso”.
Estoy y estaré siempre radicalmente en contra de esas expresiones.
Ya en la primera Hipótesis le informé sobre lo que creo es la más acertada definición de la palabra “obeso”. Desde hace muchos años pienso que la actual acepción universal de ese vocablo es un verdadero desperdicio semántico.
Etimológicamente el término aparece por primera vez en el año de l737, y fue tomada del latín obêsus, que significaba “el que ha comido mucho”. Participio de obedere: ·comer·, ·raer·, a su vez derivado de edere ·comer·, con el agregado del prefijo ‘ob’ que significa ‘por’, ‘a causa de’.
Literalmente esa palabra podría ser usada en muchísimos de los pacientes de problemas ocasionados, casualmente, “por comer mucho”, pero la medicina (no se a quién se le habrá ocurrido la luminosa idea por primera vez) la utiliza exclusivamente como el superlativo de “gordo” –y muchas veces como su sinónimo–.
Siempre me han hecho mucha gracia (y también esto me ha dado vergüenza ajena) las “terribles” discusiones de mis colegas, en congresos y publicaciones, sobre en qué exacto momento un gordo deja de estarlo para pasar a la “oprobiosa” categoría de obeso. Todos son irreductibles en su postura, aunque la mayoría la va cambiando según las épocas o las modas académicas. Con fanáticas defensas de sus posiciones, algunos sostienen que es obeso el que tiene más del 20 % de su “peso teórico” (sic). Otros más estrictos ponen como límite el 15 %; y los más condescendientes el 25 %. (¿Qué cosa será el peso teórico?).
El peso teórico o ideal: -¡Oh, el peso teórico!...
Se han desarrollado “terribles batallas intelectuales” para llegar a establecerlo.
Se han ideado cientos de fórmulas para llegar “a la verdad” de la cuestión.
Pondré algunas a su consideración para que comprenda el por qué de mi enojo (o de mi estupefacción).
Fórmula de Brocca:
“El peso en kilogramos ha de ser igual a la talla en centímetros menos cien”
Si mide usted 172 cm de altura debe pesar setenta y dos kilos para considerarse delgado. Con esta fórmula uno viene a descubrir que todos los que padecen enanismo están gordos, ya que no se conoce en la historia de la humanidad ninguna persona de l,02 m de altura que tan solo pese dos kilos (esto último no es más que una ironía del autor).
Fórmula de Bornhardt:
“El peso en kilogramos es igual a la talla multiplicada por el perímetro medio torácico”.
Se considera delgado al que el resultado le dé 240.
Indice de Pirquet: (Ahora la cosa se complica un poco más).
“Si se multiplica el peso por diez, se divide el producto por la altura sentado (?) y al cociente se le extrae la raíz cúbica, el resultado normal ha de ser cien”.
Es obeso quien obtiene valores mayores de cien (sic).
Indice de Pignet: (Lo conocí por primera vez en mi Servicio Militar).
“Es el resultado de restar a la talla el perímetro torácico y luego el peso”.
Normal: entre 15 y 25. Los “obesos” obtienen valores más bajos.
Hay muchísimas más (decenas más). Me encantaría comunicarle todas las que he encontrado, pero estoy seguro que usted se aburriría y pasaría las hojas por alto, por lo que todo mi “trabajo de investigación sobre como se determina mediante las matemáticas quién es normal, quién esta gordo y cuál obeso” se transformaría en algo total y absolutamente inútil.
Pero déjeme, por favor, que le exponga una última.
Indice de masa corporal (IMC): Es el resultado de dividir el peso en kilogramos por el cuadrado de la talla en metros. Este nuevo intento tiene algo en particular: es lo último de lo último, y está de moda en todos los círculos académicos.
Al principio se consideraban valores normales los que oscilaban entre 20 y 25, luego sus mentores se pusieron más condescendientes y establecieron que es "normal" la persona que se encuentra entre 18 y 27. Es claro, seguramente algún musculoso señor de 1.83 m de altura y 90 Kg sacó cuentas y el resultado le dio 26.87, por lo que, seguramente, fue y protestó. Y como no es tan sencillo discutir con un musculoso fortachón de 1.83 m y 90 Kg, no hubo mayores inconvenientes en subir los límites de la normalidad a 27, y si subimos dos puntos el máximo admitido, es justo que se compense el mínimo con una reducción semejante. ¡Pero no se harán más concesiones, ¿estamos?!
Ahora viene lo feo:
Quienes están entre 27 y 30 son considerados obesos de grado I (sic).
Entre 30 y 40 obesos de grado II
Mayores de 40 obesos de grado III. A este “grado de obesidad” también se la denomina “Obesidad Mórbida” (Sabe Dios que cosa, exactamente, será “padecer obesidad mórbida”, ya que para los defensores del concepto obesidad-enfermedad, como morbo quiere decir enfermedad, viene a resultar que la obesidad mórbida en una ”enfermedad enferma” -Dios les ampare-).
Anécdota personal:
Cuando era niño, cada vez que le preguntaba a mi padre sobre quién inventó alguna cosa, él me respondía siempre con una jocosa expresión (quiero decir que siempre me hacía el mismo chiste). –“Alguien que no tenía nada que hacer”, me decía. Luego, obviamente, me daba la respuesta correcta o, si no la sabía, íbamos a investigarlo en nuestra enciclopedia.
–Papá, ¿Quién inventó el teléfono?
–Alguien que no tenía nada que hacer...
–Papá, ¿Quién inventó la radio?
–Alguien que no tenía nada que hacer...
Fin de la anécdota.
Si mi padre viviera, estoy seguro de que cuando le preguntara –¿Quiénes inventaron esas fórmulas?–, me contestaría, pero esta vez como única respuesta, sin ir a consultar a la enciclopedia –Algunos que no tenían nada que hacer.
¿No piensa usted lo mismo? ¿En que evidencias se habrán basado para interpretar que las personas que “entran” dentro de sus cifras de normalidad son delgadas, o gordas, según le den las cuentas?
¿No habrán advertido –me pregunto– que la condición de delgadez es el resultado de una autovaloración, de una autoapreciación individual e irrepetible? (con respecto a esta última cuestión debo advertir que existen autoapreciaciones patológicas, que son aquellas que hacen de sí personas “flacas” que aun se ven “gordas”, por lo que deciden seguir muriéndose de hambre para conseguir “lo que sueñan”. De todo este farragoso tema hablaremos más adelante).
Caramba, cuánto tiempo perdido pudiendo haberlo invertido en cosas mucho más productivas: conversar un poco más a fondo con cada paciente gordo que concurre a la consulta, por ejemplo. Inquiriendo más sobre sus intimidades; opinando sobre sus conflictos; intentando la forma de buscar entre médico y paciente una solución individual para él.
Tratando de enseñar a sus alumnos que es más productivo investigar en el alma de cada uno de los que piden su ayuda, su sabio consejo, que pretender sistematizar, estandarizar cada complexión corporal con una fórmula matemática.
Entendiendo, y haciendo entender a sus discípulos, algo tan elemental como que la medicina no ha sido, ni podrá serlo jamás, una ciencia exacta, y muchísimo menos en estos menesteres de la figura humana, de la estética del hombre (aún con sus excesos o sus defectos.
Se preguntará usted, a estas alturas, cuál fue el origen de querer establecer quién es quién, o quién es el que está bien y cuál el que está mal. Quizá piense que la respuesta está en la misma pregunta, pero le informo que no es así.
Cuando los gordos comenzaron a pedir ayuda a los médicos, estos, como ya hemos visto en la cuarta Hipótesis, advirtieron que como comían mucho se les debía restringir el alimento hasta que lograran su “delgadez”. Pero comenzaron a observar que si los gordos seguían empeñados en comer poco, seguían “adelgazando” y “adelgazando” (recuerde que en realidad enflaquecían y enflaquecían), por lo que se vieron en la urgente necesidad de poner límites.
¡Sí señor!, todo este universo de fórmulas surgió de la “necesidad de saber cuando parar”.
Es por eso que considero a todo esto una real y lastimosa pérdida de tiempo. Es por eso que estoy seguro de que mi padre, que era bastante irónico, me hubiese contestado que idearon todas esas ecuaciones porque no tenían nada más productivo que hacer.
En realidad el límite al adelgazamiento ha de ponerlo la misma fisiología. Es muy simple: cuando un gordo hace las cosas bien (a su momento trataré de explicarle qué cosas creo yo es hacer las cosas bien), cuando logra desembarazarse de la última molécula de grasa extra que le queda de las que había acumulado como “despreciable” reserva, ya no tiene nada que perder.
Mi abuela, que era andaluza, siempre decía: “De donde no hay, mucho no se puede quitar”, y tenía toda la razón. Si a un gordo se le esfuma toda la grasa que tiene de más, ¿qué otra cosa ha de seguir perdiendo si hace las cosas como Natura manda?
Obeso, decíamos en el glosario de la primera Hipótesis, es quien utiliza su gordura como mecanismo de defensa psicológico.
Los niños, al no estar psicológicamente maduros, no están capacitados para usar un mecanismo tan estructurado como defensa.
Digámoslo de una vez:
Todos los niños que están gordos son “accidentales”.
Lo están porque quienes se encargan de su crianza les ofrecen, o no les prohíben, comer cosas que los engordan.
Mas no todos ellos engordan con la misma facilidad. Si le damos a un grupo de infantes la misma mala alimentación, algunos no engordarán, otros lo harán un poco, y finalmente, un reducido número engordará exageradamente.
Aún no sabemos el porqué de esas diferencias, pero con toda seguridad es la genética la que está implicada.
De todas maneras, si un chico tiene gran tendencia a engordar, la gordura no es el final obligado: si come bien no ha de desarrollarla.
En ellos la gordura también es un conflicto. Y, además, un conflicto que puede ser eclipsante.
Se sienten discriminados, marginados. Sus compañeros se mofan de su condición en forma aparentemente cruel (digo aparentemente porque esa aparente crueldad no es la misma que la de los adultos. En su corta edad aún no han tenido el tiempo suficiente de aprender los límites de la urbanidad que sus educadores –padres, tutores, maestros– se empeñan en que adquieran).
El conflicto que les crea su condición diferente hace que se diluyan los de entrenamiento de que hablábamos más arriba. El sentimiento de minusvalía que les crea su gordura eclipsa a los pequeños, y a veces grandes (pero para ellos siempre graves) conflictos de preparación para las etapas que están por venir. Luego, no se entrenan para resolverlos y entran en etapas sucesivas de sus vidas con muy mala capacidad de adaptación a los conflictos del segundo tipo, que han de hacerse cada vez más importantes y trascendentes a medida que vayan creciendo.
Cuando se transforman en adolescentes sus conflictos se hacen, invariablemente, más complejos. Pero como no se han entrenado para resolverlos, transcurrir su adolescencia se les hace cada vez más difícil (a veces, literalmente, insufrible) por lo que no encuentran otra solución mejor que eclipsar los problemas que en ella enfrentan permaneciendo gordos o, peor, engordando aún más.
Es por eso que hace un rato le decía que si un niño ha entrado gordo a su adolescencia, debemos redoblar los esfuerzos para impedir que lleguen a su adultez escondidos detrás, o dentro, de ese eclipsante conflicto.
Hay un viejo acertijo, creo que chino, que inquiere: ¿Hasta donde se puede entrar en un bosque?.
La respuesta es “hasta la mitad”. Después de traspasada la mitad ya se está “saliendo de él”.
El punto que limita la niñez con la adolescencia sería, para ese acertijo, la mitad del bosque. Cuando se lo traspasa, cada día que transcurre es un día menos para llegar a ser adultos, y un día menos en la preparación que permitirá sortear, con la menor dificultad posible, la más larga y embarazosa etapa no es poca cosa (en los más o menos treinta y cinco mil días que a cada uno nos tocan vivir, uno solo parece no significar nada, pero cuánta gente ha cambiado su destino en un solo día, es más “en tan solo un momento de un solo día”). Es esa la causa de la urgencia en “redoblar los esfuerzos en los adolescentes” para lograr que adelgacen lo más anticipadamente posible a su adultez. Para darles el tiempo suficiente a que se enfrenten, sin conflicto eclipsante, a las cada vez menos ocasiones de conflictos de entrenamiento que aún les quedan por resolver para llegar a las realmente trascendentales de su futura larga vida de adultos.
Son muchas las cosas que podemos hacer para que un niño adelgace. Pero son muchas más las que no debemos hacer.
Me parece más urgente y productivo que comencemos por las segundas.
Hace muchos años, la evidencia hizo que se me ocurriera una especie de refrán que trato de inculcar a todos los allegados a mis pacientes gordos, a todos los que pueden hacer algo para que las cosas sean más fáciles en su empresa: “Nunca le digas a un gordo que está gordo, él ya lo sabe”.
En general ese tipo de comentarios se hace con el sano objetivo de ayudarles. Todos los que los aman tienen la intuitiva idea que enfrentándolos al problema ellos se “darán cuenta” y comenzarán a hacer algo para mejorarlo.
Me siento con todo el derecho de hablar de esto porque en mis principios yo también hacía ese tipo de comentarios: “ –Usted está gordo..., tiene que adelgazar“.
Cuando era muy joven estaba convencido de que mi autoridad de médico me permitía la licencia de hacer ese tipo de recomendaciones. Al fin, ese tipo de consejo, pensaba, no era muy distinto que indicaciones como –tome estos remedios– o –haga lo que le prescribo–. Si ellos venían a mi consulta debían salir de ella con las instrucciones que mi buen sentido me dictara. Después de todo, acudían a pedirme ayuda para sanar ¿No?
Si me consultaban por algún mal en sus articulaciones, y estaban gordos:
–Está gordo, tiene que adelgazar......................
Si lo hacían por su corazón, su hipertensión o su diabetes:
–Está gordo, tiene que adelgazar.......................
Más no estoy arrepentido de esa inexperta actitud, finalmente todos sabemos que se aprende más con los errores que con los aciertos.
Cuando a un niño se lo hostiga por su gordura lo único que se consigue es reafirmar su inconsciente idea de permanecer en ella. Si le reforzamos su conflicto poniendo en evidencia el disgusto que nos crea, no estamos haciendo más que fortalecer su condición de “eclipse de problemas importantes que, por algún motivo, no pueden ser resueltos”
Si le damos a conocer nuestra angustia por su gordura, él, inconscientemente por supuesto, comenzará a usarla para chantajearnos. Ante una negativa a cualquiera de sus pedidos, se verá ante la compulsiva necesidad de comer cosas que sabe que lo engordan para ponernos en falta: –Yo estoy gordo por tu culpa. Porque te negaste, porque no accediste a mis pedidos o a mis caprichos.
Primer consejo:
Jamás ha de hablarse de su gordura delante de él. Es más, debe prohibirse, a todo el que se pueda, tratar el tema en su presencia.
Segundo consejo:La palabra “gordura”, sus sinónimos y las expresiones eufemísticas que se refieran a ella, deben ser desterradas definitivamente del vocabulario del hogar.
Tercer consejo (y este es, a mi juicio, el más importante):
NUNCA, JAMAS, LLEVE A SU NIÑO GORDO A UN MEDICO PARA QUE EL TRATE DE RESOLVER “EL PROBLEMA”.
Los niños asocian medico con enfermedad. Si se lo lleva a la consulta, sabiendo él que por ese motivo se lo lleva, se le está enviando un metamensaje erróneo: estás enfermo, y eso no es cierto. Por favor, que aprendan desde chicos que la gordura no es una enfermedad, eso evitará, nada menos, que en el futuro alguien los estafe con la supuesta excusa de “curarlos”. ¿Se da usted cabal cuenta de qué enorme cantidad de frustraciones podríamos evitarles?
Cuarto consejo:
Todos los padres, o encargados de crianza, se sienten culpables cuando su niño se transforma en gordo. Pues deben desterrar de su mente ese inexacto, improductivo y torturante sentimiento. Todos le dan a sus hijos lo que a uno le han dado, o lo que no han podido consumir en su niñez por no importa qué motivo, por eso aquello de –A mi hijo no ha de faltarle de lo que yo carecí cuando tenía su edad–. Es muy noble, demuestra mucho amor, pero a muchos de ellos les hace mucho daño.
Quinto consejo:
Si algún día lo sorprende comiendo algo “groseramente engordante”, no haga ningún tipo de comentario, ni siquiera el más mínimo gesto de disgusto o reprobación. Si lo hiciera, él comenzaría a comer ese tipo de cosas a escondidas, y si eso ocurre casi no hay ningún tipo de estrategia que dé resultados.
Analicemos a continuación las cosas que podemos hacer para ayudarlos (se verá que, desgraciadamente, ahora todo se torna mucho más difícil y complicado).
Sexto consejo:
Si estamos decididos a acudir en su auxilio, la primera condición es que él no se entere. Ni siquiera debe sospecharlo, por obvias razones de las que ya hablamos más arriba.
Séptimo consejo:
Lentamente, tomándose mucho tiempo (estoy hablando de “meses”), vaya dejando de ingresar en su hogar productos engordantes. La excusa de un trastorno económico –que todos padecemos en mayor o menor medida– siempre da muy buenos resultados. Aunque en realidad es verdaderamente antieconómico gastar dinero en comidas o bebidas que no tienen ningún valor alimenticio, pero sin pretender llegar al fanatismo: es divertido eventualmente consumir algo rico sin importar si es nutritivo o no, o si engorda o no. A lo que me refiero es a lo cotidiano. El “comer barato” es exactamente lo contrario, a la larga cuesta mucho dinero. Pero ya hablaremos de esto más in extenso en la hipótesis sobre mi propuesta alimentaria, algunas páginas más adelante.
Los niños aceptan y aprenden con extraordinaria facilidad el concepto de economía y el de racionalización de los gastos. Introdúzcalo poco a poco, muy lentamente, en el mundo de la correcta nutrición sin que él sepa que lo está haciendo; debe tener la idea de que no se lo está enseñando nadie más que la propia experiencia de vivir. Las “lecciones magistrales”, en estos temas, jamás dan resultados.
Por supuesto que el resto de la familia, aunque no exista en ella ningún otro gordo, deberá adaptarse a las nuevas conductas (por eso anoté unas líneas más arriba “difícil y complicado”).
Ultimo consejo:
Introduzca lo que sigue en su mente, en forma indeleble:
LA GORDURA EN LA NIÑEZ NO DEJA NINGUNA SECUELA ESTÉTICA.
NO HAY, ENTONCES, NINGUNA PRISA PARA QUE UN NIÑO ADELGACE.
Y SI HAY BASTANTE TIEMPO POR DELANTE: ¿PARA QUE APURARSE?
El hecho de que deje de seguir engordando es un muy buen logro; y el de que poco a poco vaya “desengordando” es un extraordinario logro, pero ATENCIÓN: nunca se le ocurra ponerle de manifiesto que su figura “ahora está mejor”. Esa actitud es tan nefasta para él como la de recriminar su gordura. Usted pensará que un comentario de ese tipo puede llegar a estimularlo en sus logros, pero le aseguro que debido a los extraños mecanismos de nuestra psiquis el efecto siempre es el contrario. Veintiocho años de experiencia, de escuchar miles de historias, hacen que pueda asegurárselo.
“De este tema no se habla”, debe ser un lema que ha de cumplirse a rajatabla.
Esta claro que el problema de adelgazar no es facil porque nada tiene que ver con seguir una dieta y ya está. Cada uno tendremos que averiguar como superar los conflictos eclipsantes en primer lugar aunque tambien sera importante la forma de alimentarse, tanto rollo tenemos en la cabeza. Todo esto mueve mucho dinero y la de cosas que hemos oido o leido algunas completamente irracionales, manipuladoras. Gracias por su generosidad. Seguire leyendole con toda atencion
Un beso o dos
Ahora todos comemos casi sin HC, asi que espero solucionemos todos los errores pasados.
Un abrazo doctor.
Decimos por aquí: "De granito a granito la hormiguita se comió el maizal". Ése es el espiritu de editar este blog, que de a uno se vayan dando cuenta de los errores, desde el punto de vista científico..., y de las estafas a las que están expuestos.
Un beso y gracias por el comentario (le sirve a todos).
Nuca es tarde, mi querida amiga. No se el porqué, pero siento un tufillo de culpa en su comentario.
Si esa culpa está rondando en su corazón, tírela a la basura. ¿Qué importa lo que ya pasó?, EL PORVENIR ES LO QUE DEBE DESVELARNOS, y el porvenir comienza a partir de ahora (y lo mejor es que dura para siempre). Si ya empezaron a hacer las cosas bien a partir de ahora, es como si jamás hubiese pasado nada malo.
Le anticipo que en la próxima entrega hablaremos de LA GORDURA EN LA ADOLESCENCIA.
Un beso grandote.
cuando usted tiene un conflicto me cuenta que siente unas imperiosas ganas de comer, eso es lo que creyó siempre, pero supongo que habrá entendido que lo que le dan, realmente, son ganas de engordar. A partir de ahora, cuando sienta esas imperiosas ganas, pregúntese ¿por qué quiero engordar?, le aseguro que vendrán a su mente un montón de razonamientos, que muchas veces dan resultados "mágicos".
Un beso y espero sus próximos comentarios.
Saludos a todos y muy especial parar el Dr. Cesareo
tiene razón, extraño sus comentarios, pero, no sé por qué, creo que ya no ha entrado más al blog.
Un beso.
mi querida amiga, si el tremendo trabajo de pasar todo un libro a un blog ha servido para esa actitud suya, creo fervientemente que el trabajo ha dado sus frutos. Ya me siento seguro de que usted también ha variado su manera de pensar.
Un gran beso, y gracias por la noticia.
Siga adelante con su cruzada que no esta solo.
Otra vez, gracias.
Estimado lector gracias por su comentario y por decirme que no estoy solo. En realidad creo que cada vez lo estoy menos.
Un abrazo.
mi querida Maricarmen, yo no asisto a niños pero, por lo que sé, el problema de su hijo es serio. No se asuste, NO ES GRAVE, simplemente es un problema como para tener mucho cuidado. Creo imprescindible que lo haga asistir por un psicólogo que se dedique a niños, y que lo haga asistir yá. En estos casos, estoy seguro, no hay que perder el tiempo. No sé como ayudarla más que con ese consejo
No puedo encontrar por ningún lado cuales son las cosas que no hy que decirle a un gordo, en realidad quiero encontrar algo para decirle a mi suegra y que me deje de molestar. Un saludo
Monica
Creo que en México probable y simplemente se debe a un desconocimiento de todas las posibilidades que tenemos, a una falta de cultura de salud en la que ese mismo desconocimiento lleva a nuestra sociedad a un problema de salud grave como es la obesidad,involucra a toda la población en general y ahora principalmente a los niños debido a esa falta de cultura de los adultos, sociedad que principalmente culpa al gobierno por no tomar las medidas necesarias para terminar con la obesidad de sus hijos, es penoso escuchar comentarios de padres de familia que dicen "el gobierno tiene la culpa por dejar que se vendan alimentos chatarra en las escuelas" cuando definitivamente deberían tener una educación en casa sobre el tipo de alimentación que debería llevar cada miembro de familia educar a sus hijos sobre los alimentos que deben consumir en todo caso como el simple hecho de que los niños lleven un alimento sano a la escuela y no les den dinero para evitar que coman alimentos chatarra podrían ayudar mucho a sus hijos, eso solo como un ejemplo sencillo de lo que pasa en nuestra sociedad y como culpamos al gobierno o a terceros de nuestros problemas, para mi gusto muchos problemas o situaciones como estas podrían ser evitadas si las personas tuviera el suficiente conocimiento de las cosas tendrían una mejor conciencia de las consecuencias, lo cual llevaría a una mejor educación y a su vez prevención de tantos y tatos problemas que aqueja a nuestro país
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